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Me busco en mis huecos, y allí reposo. Me detengo y ensayo una estancia, pacto una caricia, elijo dónde ahuecarme. Instauro un límite para que otros rebasen y resbalen (en mis vacíos). Ya plena, llena, ahueco mi mano, la pongo en mi oído, y escucho: los caracoles son ecos que no susurran.
(descubro que a veces los otros exigen que los miren, porque así existen para sí mismos)
Me fatigo en la suavidad de recortarme, de hacerme agujeros, grandes, pequeños, coloridos, y me brindo: porque en el centro de ese vacío, está su rostro, mi mudra, mi gesto más preciado.
(porque en los huecos siempre ingresa la luz, y allí están todos mis susurros)
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