domingo, 19 de junio de 2011

Para acabar con el frío



“La saciedad existe, y no me daré tregua hasta hacer que se repita: a través de todos los meandros de la historia amorosa me obstinaré en querer reencontrar, renovar, la contradicción-la contracción-de los dos abrazos.” Roland Barthes; Fragmentos de un discurso amoroso.


Pienso en el frío y como allí todo se cristaliza. Pienso en el frío abriendo y cerrando las manos, apoyando mis labios y soplando hasta que otras manos vienen y se cierran allí, justo donde hay que apretar. Ese frío que te curva la espalda, que te transforma en un ovillo, o en un caracol. Ese frío que te desalienta, porque te quita el aire, la calidez, la calma.

Y después pienso en el abrazo, en la fuerza intempestiva de ese roce trascendente, y completo. Porque ya no cabe nada más después del abrazo: hay allí dos universos contenidos. Un tierno retorno a la infancia, o un erotismo solapado en su contacto. Una vuelta, o un encuentro, ya no importa: en el abrazo se vuelve a ser.


viernes, 10 de junio de 2011

Vestido


Vestir azules y salir a la mañana. Ponerme ese vestido, el azul con flores amarillas, verdes, turquesas y naranjas y sacarme las ganas floridas. Emprender un vuelo en la vereda cubierta de cenizas, y contrastar azules con gris.

Despeinarme un poco, aunque mi pelo siempre tienda a ordenarse, a caer, lacio, muy lacio y pesado sobre mi cara (tender al deslizamiento…) O atarlo, ahora que puedo, ahora que creció y se deja sujetar, apresar, acariciar por sus manos que logran adormecerme al primer contacto. Como cuando era chica y pedía cosquillas en la espalda o caricias en el pelo para dormirme.

Vestir azules y avanzar desprestigiando lo neutro. Pero azul de fondo, sólo de fondo, porque encima están ellas, aromatizando mis pasos, prometiendo frescura, y allí, desato dedos y anudo intersticios. Desando recuerdos y abro cajones. Cierro los ojos y algo se abre.



miércoles, 1 de junio de 2011

Huecos


Me busco en mis huecos, y allí reposo. Me detengo y ensayo una estancia, pacto una caricia, elijo dónde ahuecarme. Instauro un límite para que otros rebasen y resbalen (en mis vacíos). Ya plena, llena, ahueco mi mano, la pongo en mi oído, y escucho: los caracoles son ecos que no susurran.

(descubro que a veces los otros exigen que los miren, porque así existen para sí mismos)

Me fatigo en la suavidad de recortarme, de hacerme agujeros, grandes, pequeños, coloridos, y me brindo: porque en el centro de ese vacío, está su rostro, mi mudra, mi gesto más preciado.

(porque en los huecos siempre ingresa la luz, y allí están todos mis susurros)