miércoles, 30 de marzo de 2011

Habitarnos


Sólo si somos capaces de habitar podemos construir.

M. Heidegger.


Recostada sobre el piso del espacio, hoy vacío, que supimos habitar, miro el techo pincelado. Y decido dejar algo nuestro, mío, tuyo, allí. Unos clavos contenedores, una pared un poco despintada, una hebilla olvidada dentro del armario. Algo. Algo para que el otro sepa, sienta, vea, perciba, que estuvimos.

Y ahora estar de nuevo, nuevos, y habituarnos a ocupar, y ocupar-nos.

(llenarnos del espacio de otros, hasta que sea nuestro)

Porque aún lo “ocupamos”, como instrusos, como espías receptores de un aroma a pintura demasiado fuerte, demasiado eyector. Pareciera que las paredes peladas expulsan todavía cualquier intento de pertenencia, pareciera que los ruidos con historia estrenan nuestra paciencia, y la ponen a prueba.

Y probarnos a nosotros mismos. Probar que seguimos construyendo mil espacios, para albergar mil narraciones, y poder, una vez más, habitar.


miércoles, 2 de marzo de 2011

133



El perro de ellos corría contoneándose en torno a un banco de arena invadido por el agua, al trote, olfateando por todas partes. Buscando algo perdido en una vida pasada.” Joyce, James; Ulises, pg. 133.


Los dos tomos de Ulises, pertenecientes a mi padre, siempre estuvieron prolijamente resguardados en mi biblioteca durante años. Algún día, me dije, los leeré. Hace una semana empecé mi lectura del prólogo de Valverde y del primer capítulo. Recuerdo que hace mucho tiempo alguien me regaló unas fotocopias que decían “cómo leer el Ulises de Joyce”. Me dió miedo y pereza enfrentarme a un texto casi tan largo como el primero de los tomos de Ulises para poder emprender mi lectura. Claro, todavía no era insolente, irreverente o irrespetuosa con los textos. Quería y creía que podía emprender mil rodeos antes de comenzar a viajar por mil caminos, y lo peor: creía que era necesario. No hacerlo de ese modo sería demasiado para mi adolescente comprensión.

Nunca encontré esas fotocopias que supuestamente “facilitaban” la lectura (aunque al final del segundo tomo hay unos cuadritos preciosos haciendo un paralelo entre cada capítulo de la novela y la Odisea, “Esquema Linati” y “Esquema Gilbert-Gorman”).

Menos mal.

Más allá del gusto o no por los infinitos “monólogos interiores” a los cuales era tan afecto Joyce, quedé paralizada en la página 133. La punta de la hoja estaba doblada, amarillenta, ajada, como marcando una continuación, o un final… nunca lo sabré. La marca de mi padre.

Nunca sabré si allí se aburrió poniendo punto final a su viaje, o si luego de esa marca ya no pudo detenerse en su lectura. Sólo por esa marca, Ulises es el mundo para mí.

la única página marcada, tan sólo esa: la 133.