Una casa puede ser un paraguas debajo del cual refugiarse,
aunque no llueva. O una parada de colectivo donde se filtre la luz y la
oscuridad. O las manos ahuecadas, tapando los ojos, la cara, el viento y el
horror. Pero nunca el cajón de las fotos olvidadas, el galpón al que no se
puede entrar porque el techo se cae, o el armario que aún conserva ese olor.
O sí.