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Llueve, pero no hay cueva, y nadie en ella. No cantan los pájaros, y nadie que despierte para levantarse. Sólo el agua que fluye y lo invade todo, y nosotros, sin poder detenerla.
No hay trapos que alcancen, las manos no dejan de escurrir, de escurrirse entre ellas. Y el agua sigue allí.
Alguien que ya no quiere ser el rey de las tormentas, alguien que decide poner un freno de una vez y detener la corriente peligrosa, furtiva, sorpresiva, horadante.
Del otro lado, alguien que ya no quiere ser mendigo. Prefiere ser fantasma de otro, el de siempre, y perseguirlo en las sombras, aparecer para a-tormentar…justo ahora, en medio de esta tormenta.
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