Sankai Juku.
Una
voz atrapada. Una voz. Voz que se dilata, voz que se diluye en cada sílaba
balbuceada, voz que se desgarra en un impune intento por ser recordada.
Cierra
los ojos y se apaga el mundo. Se lleva con ella los sonidos, los olores, las
pieles que tocó, y también las que rasgó. Cierra los ojos y desaparece hasta la
oscuridad.
Circula
por los pasadizos infernales de su memoria, hasta crear un laberinto sin hilos
que la guíen, ni a ella, ni a nadie que pueda rescatarla. Puede ver los muros
que se ciernen, ladrillos impenetrables, lo pétreo se funde con su ser, y el
hedor de la carne lacerada revuelve su estómago.
¿Quiere
ser recordada?, ¿quiere ser habitada por fantasmas?-se pregunta.
Cierra
los ojos y cae envuelta en su propio velo. Es una viajera, viajera incansable,
sin lugar al que arribar, ni equipaje que cargar, excepto su propio cuerpo que
ya no pesa. Es leve, ligero, y vuela.
Cierra
los ojos y salta sus muros, penetra en el laberinto sin armas, buscando un
pacto amoroso con su fantasma, que la espera, entre sus velos, desvelado.
Los
brazos se abren tan inmensamente que la espalda no lo resiste, y se quiebra. El
cuerpo se desarticula para recibirla, para cobijarla, y poder llenar lo vacío
con más vacío. Y poder llenar para poder vaciar, y luego llenar, y luego
vaciar, y luego callar, y luego…y luego la falta. La memoria y su falta.
Creer
que todo puede ser albergado dentro del cuerpo desmembrado. Creerlo
rompecabezas. Creer que algo de la ausencia se puede volver a encajar. Creer,
casi cristianamente, que un cuerpo puede perdonar su quiebre.
¿La
memoria tiene cuerpo?, ¿la memoria ES un cuerpo?-se pregunta.
Creer
que puede ser hablada. Creer que el discurso de los otros puede hablar a través
de este cuerpo que flota. Creer que la palabra de los que se autodeclaran
autorizados, puede atravesar lo sin voz de este cuerpo laxo.
Creer
que se puede ausentar de sus recuerdos, un instante, sólo un instante, para
encontrar la voz y ser hablada.
Una
voz atrapada. Una voz. Voz que se potencia, que poco a poco se define en un
grito de presencias.
Abre
los ojos y el mundo le adviene plácido. Las manos vuelven a articularse, y
ahora sí puede, una vez más, acariciar. Abre los ojos y su boca, grande, muy
grande, y sale la voz, su propia e inconfundible voz.
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