martes, 11 de diciembre de 2012

Estar ausente



En términos generales, los occidentales construimos para perdurar; los japoneses para desaparecer.

Lafcadio Hearn; Kokoro.






Pretender que estar es en realidad no haber estado nunca. Pretender que el “ahí” es un no lugar, y que hoy, o mañana, quizás sea nunca jamás. Estar ante la propia imposibilidad de saberse existente, presa, anudada en conceptos, pegada a la tela de araña del lenguaje que intenta definirla. Sentir que las arañas caminan por su cuerpo libremente, haciéndole cosquillas, y que trazan allí una ruta imperceptible, rizomática, y sin centro. Desaparecer del propio paisaje. No querer perdurar, porque estar siempre es estructurar la propia muerte. Ella se construye de a pedacitos. Ensambla sus propias piezas, sin saber qué hará con aquellas que sobran, y ya no encajan en el plan trazado. Dibuja con crayones la calle de su deseo, sin saber qué hará cuando se acaben los colores y el camino no llegue nunca a su fin. ¿Qué hará con sus rincones?, quizás decida abolir las esquinas de su mapa, borronear la línea y albergar lo curvo. Porque los espacios rectos a veces están rotos y desvanecidos, así como se rompen y se desvanecen  los ojos cuando ya no toleran que nos miren.
La ausencia de solidez en nuestra estructura no es una falta. Es en realidad, aquello que nos da pánico. No poder armarnos, anudarnos, clavarnos, asegurarnos firmemente para no volarnos, y quedar inmovilizados eternamente, resistiéndolo todo, nos causa pavor. Ella se ha dado cuenta. Sabe que si no afloja su soga, no tendrá oportunidad de rehacerse, reconstituirse, recrearse. Sabe que lo único sólido será su sepulcro, entonces… ¿para qué asirse? Si cierra sus ojos, tiene miedo de desaparecer. Le han enseñado que perdurar, es ser percibida por los otros, es hacer del propio cuerpo un monumento indestructible.
Ella ha aprendido a jugar, arma y desarma sus propias piezas, y ya no teme no ser recordada.

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