martes, 27 de julio de 2010

Bailar la luna


“Tomo un frasco de vino y voy a beberlo entre las flores.

Siempre somos tres-con mi sombra y mi amiga la luna fulgente.

Por suerte, la luna no bebe y mi sombra ignora la sed.

Cuando canto, me escucha la luna en silencio.

Cuando danzo, danza mi sombra conmigo.

Siempre, después de una fiesta, los huéspedes deben partir:

No conozco yo esa tristeza.

Cuando vuelvo a la casa me acompaña la luna y mi sombra me sigue”

Li Po, La pequeña fiesta.




(A Victoria)

En un intento de crónica, me aventuro a narrar un cuerpo en perpetuo movimiento. Digo perpetuo, porque hasta cuando no se mueve, ondula. Y digo movimiento, porque cuando comienza su danza, el tiempo se detiene.

Las manos se retuercen, llegan hasta la boca, y se cierran, susurran un paisaje en secreto, y desaparecen luego en un giro eterno. De repente el círculo que es su cuerpo se violenta y se hace rigidez, se vuelve pared impenetrable, concreto gris que se rasga con las uñas, y brota la sangre.

Me invita a desesperarme

(a des-esperarme, a no querer esperarme más)

Y me pregunto: ¿cómo se baila la luna?

Y ella me enseña, y me muestra (quizás sin saberlo) que la luna se baila mientras se la bebe. Mientras nos hundimos en ella, en aquel bello reflejo que Li Po intentó abrazar, y en cuyo ahogo lumínico, sucumbió finalmente.

Y le pregunto: ¿cómo se baila la luna?

Y no me contesta,

Porque hoy, ella es la luna.


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