No jugábamos a los dados.
Pero de haberlo hecho, el curso del mundo habría cambiado sólo con desearlo un
poco en nuestra infancia compartida. Refugios con toallas y escobas, bicicletas
demasiado grandes para nuestros pequeños cuerpos, autos, pelotas y ninguna
muñeca, aventuras en los árboles, en tierras desconocidas, en universos
inventados. Odiseas en la pelopincho.
Y lo inmenso era el
deseo, y lo pequeño las tardes que duraban poco, y lo difícil los retos que
eran eternos, y lo doloroso la despedida inducida. Mirarnos a los ojos después
de veinte años, y no querer que llegue la tardecita, porque se hace de noche… y
hay que volver.
2 comentarios:
Qué hermoso Karen!
Gracias Jime :)
Publicar un comentario