lunes, 12 de noviembre de 2012

Jugar con fuego


Jugando con fuego, Chema Madoz.





Ayer soñé que estaba sentada en el patio de mi casa. Era de noche, y el patio era más verde y largo de lo que recordaba. Estaba en la reposera verde, esa de tubitos de goma que te hacía transpirar y te dejaba un enrejadito en el culo cuando te levantabas. Esa, la que usaba mi viejo cuando hacía el asado con un vaso de vino en la mano izquierda y el cigarrillo en la derecha.
También, como mi viejo, miraba hacia la nada, disfrutando de ese silencio nocturno  de verano en villa rosas. Pero mientras mi mirada se perdía, había algo que brillaba: creo que un fueguito, el de sus asados. Y además de la sensación fresca del aire en mi cara, del verde del pasto y de la luminosidad en mi rostro (¿la del fueguito?) también recuerdo escribir un haiku en ese sueño. Un haiku que, estaba segura, respetaba las diecisiete sílabas.
Al despertar intenté recordarlo, y por un segundo pude hacerlo y descubrir, asombrada, que no, que no tenía diecisiete sílabas. El haiku era más o menos así:


silencio nocturno
sólo se escucha
el crepitar del fuego


Y ahora me río y alegro de mi irrespetuosidad: no hay sílabas que nombren ese instante. Sí quizás un intento, un manotazo entre sueños para abrazar el olorcito a leña quemada mezclada con Benson and Hedges. No importa el número de sílabas, ni siquiera el lenguaje, porque no alcanza, no alcanza para describir el verde y el brillo de esa noche.