jueves, 27 de octubre de 2011

Caracoles en el vientre

¿cómo?

¿alguien tiene más para decir ahí adentro?

pero no parecen voces lejanas

porque separás el caracol de tu oreja y las seguís oyendo

y sin embargo no hay nadie adentro ni afuera

Mario Ortiz, El libro de las formas que se hunden.




Desanudar se parece tanto a desanidar (y a desnudar, y a desandar), como hoy todo lo que soy podrá parecerse un día a lo que en mí anida, se anuda, y se encamina.


No, me desdigo: hoy SOY un nudo irreductible, un cobijo irremediable, un camino por surcar.


Mi cabeza toca mi ombligo, y escucho susurros acaracolados, toco huellas imperceptibles, construyo párpados de miel, relato una nueva historia, que es nueva porque aún no ha sido, que es vieja, porque allí ya estuve, y que ES porque no me dejo vencer.


“los caracoles son ecos que no susurran” escribí, y hoy sostengo mi escucha en una corriente eterna que me dice, a gritos: los caracoles no se desanudarán jamás. Porque en su nudo de memorias, en su espiral narrativa, en su centro enmarañado, allí, justo allí, se encuentra el relato que me habita.





…porque vos sabés como todo el mundo sabe

que un caracol no dice nada

y no guarda secretos para nadie

y sus sonidos

son las mareas sanguíneas que desembocan en el tímpano

y se amplifican contra el nácar de un caparazón puesto a oráculo:

un espejo sonoro frente a tu oreja

el oído escuchando al oído

Mario Ortiz, El libro de las formas que se hunden


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