miércoles, 10 de noviembre de 2010

Flores vivas



Madrugar para esperarme.


Leer toda la mañana sobre flores.


Leer de pétalos caídos acomodados en torno a un vacío, una disposición hacia la nada, o espacios que son fantasmas, hechos de humo de bocas que se dan vuelta sobre sí mismas.

Soplar. Soplar un panadero, como cuando era chica, y ver como se adhieren sus fragmentos a mi ropa, a mi pelo, a mi infancia que, hoy sé, fue de color fucsia y amarillo patito.

Madrugar mañana para comprar flores. Tratar de imaginar el patio de la infancia que ya no está, y hacer como que no las compro, hacer como que ellas me eligen, hacer como si la tienda oliera a limonero recién regado.


Regarme, regalarme un perfume de jardines plagados de jazmines.


Mañana, tratar de hablar sobre flores, anulando el lenguaje para que ya no tenga sentido lo que digo, para que sólo pase por lo que he pasado: la experiencia.


Abrir la boca y que salga humo, y que a todos le queden adheridos fragmentos de panaderos.


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