viernes, 26 de diciembre de 2008

En el baño (letras prohibidas)




Cree que el primero fue Isadora emprende el vuelo, de Erica Jong. Después le seguirían los trópicos de Miller (todos), Las tumbas de Medina, y aquellos incunables que lograba secuestrar. Estaban en el galpón, en cajas de remedios, llenos de polvo y colchas (ya no eran telas) de arañas. Los más inaccesibles estaban en la mesita de luz de papá… ¡infranqueables!, no había modo de hacerse con ellos, excepto entre alguna que otra salida al cine de papá y mamá, calculando bien el tiempo, y haciendo que miraba la peli de trasnoche que pasaban en canal nueve, a escondidas del abuelo (que, por supuesto, y como era de esperar, estaba al tanto de la extraña avidez de la niña de nueve años, la lectura prohibida). Por supuesto, no entendía nada. Por supuesto, no importaba la comprensión, sólo la caricia innata de los ojos curiosos sobre las letras.

Un día se descubrió el secreto. La niña plácidamente dormida en la cama matrimonial, velador encendido, tele con ruido blanco, y Sólo ángeles en el pecho…. creyó que era el final cuando despertó, y la mirada indagadora de papá se posaba en sus ojos. Le preguntó si sabía lo que estaba leyendo, y la niña respondió con un atisbo de argumento poco entendido.

-Este libro estuvo enterrado ocho años- dijo papá, paseando las manos por las hojas abultadas y deformadas por la humedad. Un recuerdo imborrable pasó fantasmalmente cerca de los dos, y la niña sintió un escalofrío. Supo que era mejor no preguntar. Supo que hay historias que se cuentan con retardo, o retardos que un día se hacen historia. Supo, simplemente, que algún día la avidez tendría nombre, y el recuerdo, el recuerdo su olvido.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

En el baño

No veía la hora de entrar. Temía que se notara en su cara, que lo notaran. Tenía miedo de delatarse sólo con un gesto, sólo con uno. Aquel que dijera que ya nada era ni sería igual. Aquel que dijera que lo vacío se había colmado por fin. Aquel que dijera que justamente ahora, desde la completud, el peligro del vaciamiento era indetenible. Era como no estar en ningún lugar, como flotar en un mar corporal donde los olores ya no serían los mismos.

Sintió, por primera vez, otro olor sobre su olor.

Por fin, y luego de esquivar las preguntas de rigor, pudo entrar y refugiarse. El universo de azulejos verdes la cobijó. Cerró la puerta y apoyó la espalda, cerró los ojos y sonrió. No sabe cuánto estuvo así, apoyada contra la madera rasgada de la puerta del baño, con la sonrisa pintada de eternidad.
Se tocó, se sintió, y todo, todo era diferente. Y no.
De golpe sintió una soledad abrumadora. Se miró al espejo y supo que ya no se pertenecía, ni a sí, ni a nadie. Supo del vacío por el vacío mismo. A pesar de albergar dentro de sí ese olor. Volvió sobre esa viscosidad, y supo que el recipiente contenedor no la contenía más.

Supo, por primera vez, cuán cruel puede ser la mirada del otro como espejo.





Fragmento de "Cuartos".

martes, 16 de diciembre de 2008

Modos...





Distintos modos. Modos de agradecer, modos de desaparecer, modos de alegrarse, modos de ofrecerse, modos de ocultarse. Palabras, líneas, oraciones pensadas, escritas y rumiadas desde una supuesta ausencia. La pregunta por la ausencia que piensa el desgarro, la pregunta por la ausencia que se da amorosamente en este anhelo de no querer ser, o querer serlo todo a la vez, la pregunta por la ausencia sin un signo que interrogue ya nada. La imposibilidad de hablar de la propia palabra, de lo dicho, escrito y pensado desde y por uno. El nudo en la garganta cuando el otro habla del otro que es uno, desde una otredad desconocida, pero fascinante, despertadora de curiosidades auditivas. No poder dejar de escucharla, de leer sus gestos, de perderme en esa mirada, la de ella como otro. La de ella hablando de mí, la de ella habiéndome leído, la de ella habiéndose perdido en mis espacios en blanco, más que en la tinta lacerando el papel.


Rescato su rescate de mi texto:


“asegura con cerrojos sus ansias de compañía, y tragándose la llave, se arroja en sus propios brazos”


Y creo que vuelvo a arrojarme a mis brazos, que acunan milcerrojos, pero ahora también, mil puertas entreabiertas, para poder espiar. Infinitas gracias para una lectura que deja una presencia más queclara, la de un vacío que es sólo femenino, la de una ausencia que no deja de desbordar.




A continuación, la amorosa lectura de Claudia Biondini a propósito de “Ausencia de té”.


“Yo no soy una mujer de letras, aunque trabajo con ellas cuando soy requerida en mi oficio de psicoanalista. Es desde allí, desde el único lugar en que me siento autorizada a presentarles el libro de Karen Garrote, “AUSENCIA DE TE”.

AUSENCIA DE TE”, es un texto que ha utilizado un muy buen pre-texto como es Japón, su cultura milenaria y especialmente la ceremonia del té, para decir algo que es de un orden diverso. Los psicoanalistas leemos un texto, el de un analizante o un escrito, desde dos sesgos: la vía del significante y la vía del objeto. Por la vía del significante, escuchamos especialmente a aquellos que insisten, para que en sus repetidas vueltas hablen entre ellos y nos digan más allá de lo que parecen decir. Presente desde el título y la dedicatoria hasta las últimas páginas, el que más insiste es “ausencia”.

Una ausencia no cualquiera… “ausencia de té”, de algo vital, necesario, no contingente. Para quienes moran la tierra del sol naciente, está falto de té, quien se muestra insensible a lo tragicómico del drama de vivir. Esta “ausencia” es a veces falta, otras “casa vacía”, el hueco de un cuenco para preparar el té, la irregularidad de sus bordes, la asimetría………lógica de la incompletud, también es profunda soledad, lo efímero, la muerte.

Es una ausencia dicha de a pinceladas, con trazos sutiles, erráticos, como si no buscaran un destino, aunque lo encuentran.

Es una ausencia que se va bordeando, pasando por la presencia, deteniéndose en los excesos, largas y redundantes listas de procedimientos y descripciones…….hasta que se transforma en una nada que puede ser ofrecida al goce de un amante.

Por el otro sesgo, el del objeto, lo que predomina en todo el texto es la pregnancia de la mirada. Los humanos, por haber perdido la pura animalidad y vivir en el orden de la cultura, no estamos habitados por el instinto sino por la pulsión, consecuencia de cómo el lenguaje tejió nuestra carne y talló nuestro cuerpo. Del manojo de pulsiones que pulsan nuestra existencia, destacamos un puñado: la pulsión oral, la anal, la escópica y la invocante. La mirada es el objeto de la pulsión escópica, no es una mirada vista, sino una mirada imaginada en el Otro.

En el texto aparece como mirada de una cultura para con otra, mirada de monstruos infantiles de ojos rojos, mirada de ojos desorbitados, mirada observadora que se transforma en cámara fotográfica, cámara que fotografía el goce cromático del abril japonés hasta el exceso.

Una mirada que va desde la imposibilidad de una niña de verse en el espejo, a un espejo que logra armar una imagen de mujer que entonces puede ver al hombre que la ama, mirándola.

Nuevamente de lo funesto a lo amoroso.

Lo extraño, “lo extranjero”, se va haciendo propio.

Este texto de una escritura indudablemente femenina, no porque lo escriba una mujer, o al menos no sólo porque lo escribe una mujer, sino porque está laborado desde un lugar de vacío que sólo puede transmitirse desde una posición femenina.

Por último, suele decirse que nuestro trabajo es leer entre líneas, también leemos en los pié de página. Cuando Karen cita particularmente un libro, aclara: La traducción del inglés me pertenece, unas páginas más adelante, vuelve a la cita e insiste: la traducción del inglés me pertenece, y una páginas más atrás: la traducción al ……..”


Yo creo que tiene razón: “la traducción le pertenece”


Traducir una ausencia que gestó las “ansias de no ser” en una nada ofrecida a lo amoroso… ….. es una traducción que le pertenece.”






viernes, 5 de diciembre de 2008