miércoles, 24 de diciembre de 2008

En el baño

No veía la hora de entrar. Temía que se notara en su cara, que lo notaran. Tenía miedo de delatarse sólo con un gesto, sólo con uno. Aquel que dijera que ya nada era ni sería igual. Aquel que dijera que lo vacío se había colmado por fin. Aquel que dijera que justamente ahora, desde la completud, el peligro del vaciamiento era indetenible. Era como no estar en ningún lugar, como flotar en un mar corporal donde los olores ya no serían los mismos.

Sintió, por primera vez, otro olor sobre su olor.

Por fin, y luego de esquivar las preguntas de rigor, pudo entrar y refugiarse. El universo de azulejos verdes la cobijó. Cerró la puerta y apoyó la espalda, cerró los ojos y sonrió. No sabe cuánto estuvo así, apoyada contra la madera rasgada de la puerta del baño, con la sonrisa pintada de eternidad.
Se tocó, se sintió, y todo, todo era diferente. Y no.
De golpe sintió una soledad abrumadora. Se miró al espejo y supo que ya no se pertenecía, ni a sí, ni a nadie. Supo del vacío por el vacío mismo. A pesar de albergar dentro de sí ese olor. Volvió sobre esa viscosidad, y supo que el recipiente contenedor no la contenía más.

Supo, por primera vez, cuán cruel puede ser la mirada del otro como espejo.





Fragmento de "Cuartos".

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