jueves, 29 de septiembre de 2011

11 semanas, 4 días: devenir poeta.


Siempre anhelé ser objeto, algún día, de esta cita. Hoy, me la adjudico.


"El egoísmo ideal. ¿Hay algún estado más solemne que el del embarazo?. ¿Hacer todo lo que se hace con la íntima convicción de que, de una manera u otra, ello aprovechará a lo que en nosotros está en estado de devenir?. Que esto aumentará el secreto valor de aquello en que pensamos ilusionadamente. Entonces es cuando uno se priva de muchas cosas, sin sentirse fuertemente contrariado. Evitamos una palabra violenta, damos la mano hermanablemente: el niño debe nacer de lo que hay de mejor y más suave. Nos espantamos de nuestra violencia y brusquedad, como si éstas vertieran una gota de amargura en la copa de la vida del pequeño ser desconocido. Todo es velado, rodeado de presentimientos; no se sabe cómo pasa esto; se espera y se trata de estar dispuesto. Durante ese tiempo domina en nosotros un sentimiento puro y purificador, de profunda irresponsabilidad (yo subrayo); un sentimiento semejante al del espectador ante el telón bajado-esto crece; esto sale a la luz; nosotros no tenemos la capacidad de determinar ni su valor ni la hora de su llegada. Estamos completamente reducidos a las influencias indirectas bienhechoras y defensivas. `Hay alguna cosa más grande que nosotros, que está creciendo`. Tal es nuestra más secreta esperanza. Lo preparamos todo en vista de su nacimiento y de su prosperidad; no solamente lo que es útil, sino también lo cariñoso, las coronas de nuestra alma. Es precido vivir con este fuego sagrado! Se puede vivir así!. Y sea que estemos esperando un sentimiento o una acción, frente a toda realización esencial no podemos comportarnos de otra manera que como un preñado, y debemos lanzar a todos los vientos los discursos presuntuosos que hablan de `querer`y de `creación`. Este es el verdadero `egoísmo idealista`: tener siempre cuidado, velar y tener el alma en reposo, para que nuestra fecundidad concluya hermosamente. Así velamos y tenemos cuidado, de una manera indirecta, para el bien de todos; y el estado de espíritu en que vivimos, ese estado de espíritu altanero y dulce, es un aceite que se extiende alrededor de nosotros en una gran extensión, aún sobre las almas inquietas. Pero las mujeres encinta son asombrosas!. Seamos, pues, asombrosos como ellas y no les reprochemos a los demás cuando también se ven obligados a serlo. E incluso cuando este fenómeno sea grave y peligroso, no nos quedemos a la zaga de la justicia terrestre-en la veneración de lo que está en proceso de devenir-, que no permite a un juez ni a un verdugo tocar a una mujer encinta"

F. Nietzsche, Aurora.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Más ventanas



Recostada en el sillón, las cortinas hasta la mitad, leo. Me distrae una sombra: un hombre se para frente a mi ventana, sólo veo su rostro, arrugado, y parte de su torso. El punctum son las manos. Mira hacia abajo, y sonríe. Le habla a alguien, un niño, supongo, aunque la ventana no me permite ver más. Saca un caramelo de su bolsillo, lo pela, lo examina, lo palpa. Es duro, muy duro. Lo introduce en su boca, lo mastica un poco, se lo quita de la boca y se lo da al (que supongo) niño. Sonríe, le tiende su mano, y siguen su camino.


(Veronique tenía razón: sumergirse en las crónicas de Clarice Lispector dan ganas de escribir...)

Escenas


El cuadro en su totalidad ve una escena para la cual él es a su vez una escena.


"Quizás haya, en este cuadro de Velázquez, una representación de la representación clásica y la definición del espacio que ella abre. En efecto, intenta representar todos sus elementos, con sus imágenes, las miradas a las que se ofrece, los rostros que hace visibles, los gestos que la hacen nacer. Pero allí, en esta dispersión que aquélla recoge y despliega en conjunto, se señala imperiosamente, por doquier, un vacío esencial: la desaparición necesaria de lo que la fundamenta-de aquel a quien se asemeja y de aquel a cuyos ojos no es sino semejanza. Este sujeto mismo-que es el mismo-ha sido suprimido. Y libre al fin de esta relación que la encadenaba, la representación puede darse como pura representación."

Michel Foucault, Las palabras y las cosas.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Equipaje


Una vuelta más, y van...?
G.


Arrastrarse, acaracolada, dejando tras de sí translúcida baba, por nadie vista. Cargar la casa en las espaldas, porque no hay raíz.

Creer que amar es un paseo, rosado, y mentiras proferidas por una boca que hacia adentro, ríe de sus dichos.

Lo triste es perder, perder-se, y no poder hacer con ello un equipaje, y descargarlo en una esquina, olvidarlo, y proseguir.

Lo triste es seguir creyendo que existió lo prometido, lo pactado, lo imaginado, lo ficcionalizado: creerse la escena, creer en el montaje. Eso es lo triste.

Del otro lado, florecen los sakuras, pero de verdad.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Volver

Por nuevos fragmentos de nuestro amor,

siempre nuevo, siempre fragmentario

siempre, siempre.

G.

Uno, dos

Volver, a mí, a esos pedazos inundados de insistencias, a esos vidrios opacados y velados.

Volver, una vez más, derretida ahora, e incandescente, a ese roce que me quema y me conforta.

(uno, dos, somos ese doble poema que ahora nos sostiene, nos enlaza, nos delata)

Dejarnos ser, que hable el vientre y se dilate.

Uno, dos

tres, cuatro

Porque ahora somos cuatro estrofas, de nuevo, nuevos.


jueves, 8 de septiembre de 2011

Estar




«Los amigos forman entre ellos una red en la que cada uno tiene que aprehenderse como interior/exterior, sometido en cada conversación a la cuestión de la heterotropía: ¿dónde estoy entre los deseos? ¿dónde estoy en cuanto al deseo? La pregunta se me plantea debido al desarrollo de múltiples peripecias de amistad. Así se escribe, día a día, un texto ardiente, un texto mágico, que no terminará nunca, imagen brillante del Libro liberado.

Así como se puede descomponer el olor de la violeta o el gusto del té, ambos aparentemente tan especiales, tan inestimables, tan inefables, en unos cuantos elementos cuya sutil combinación produce toda la identidad de la sustancia, asimismo adivinaba que la identidad de cada amigo, lo que lo hacía amable, dependía de una combinación delicadamente dosificada y, por ello, absolutamente original, de rasgos menudos reunidos en escenas fugitivas, día a día. Cada uno desplegaba así ante él la escenificación brillante de su originalidad.» (Roland Barthes, 1975)