sábado, 23 de octubre de 2010

Antes de dormir


¿Cuál era tu rostro antes de nacer?

Koan Zen.


Lo irresoluble de un rostro, el ajeno, y el propio, se estrellan ante cualquier intento de solución racional, discursiva, o atravesada por alguna cuestión ligada exclusivamente a un cierre perfecto. Una respuesta circular, redonda, sin fisuras, que siempre nos devuelva a lo seguro de saber qué es aquello que nos mira, y que miramos.

Siempre sentí una fascinación especial por esta pregunta, la pregunta por el rostro antes del rostro que invita al borramiento de todo signo, a la inexistencia de la pregunta, del rostro, y de lo propio que cuestiona.


Agua entre los dedos. Aire en los pulmones. Arena bajo los pies.


Visualizo hace tiempo ya, un rostro que se apoya, que es contenido, y soñado por su almohada. Y ya no me pregunto por el rostro antes del rostro, sino por el rostro antes del sueño: ¿cuál era mi rostro antes de dormir?

Michitaro Tada me despierta al recordarme una antigua leyenda japonesa que dice que mientras uno duerme, su espíritu abandona el cuerpo para depositarse en la almohada. Por eso los niños dormían junto a “la almohada del gato”, una almohada en la cual se hallaba pintado un gracioso gato, animal que mantiene alejados a los malos espíritus.


Qué bella imagen, la de un guardián de lo más íntimo sosteniendo nuestros sueños…


China y las almohadas de porcelana de la dinastía Tang, sugiriendo el primado de la belleza y delicadeza, por sobre la comodidad.


Sei Shonagon y la posibilidad de una almohada-libro. De entre todas las versiones en torno al porqué del título, Makura no soshi (Literalmente, El libro de la almohada), me quedo con la de la propia Sei, que, al ver a la emperatriz intentando deshacerse de unos cuadernos sin usar, le dice: “si fueran míos, los usaría como almohada”. Y así esta rígida almohada albergó incontables listas y relatos exquisitos.


No sé cuál es (o era) mi rostro antes de dormir. No tengo gatos que me protejan a zarpazos mientras estoy en otro lugar, pero sí algún que otro cuaderno en mi mesa de luz, y lápices negros que pueden llegar a escribirme en ese estado intermedio, en el cual el rostro se desdibuja, justo antes de que me duerma, y se rearma, un poco borroso, justo antes de despertar...